Hay que dejar que los niños se enfrenten a sus dificultades aunque duela.
Lo mejor es tratarlo según su edad y no dejarle incoporarse al mundo adulto antes de tiempo para ser un padre 'moderno'.
De poco vale pronosticar un mal si no se pueden dar al mismo tiempo algunos remedios para poder curarlo. Al menos, para intentar que los padres tengan algunos instrumentos con los que paliar los mayores momentos de dificultad, porque nadie dijo que educar a un hijo sea fácil.
-Dejar que se enfrente a las dificultades y a los problemas, para hallar la solución por sí mismo. En este caso, no le dejaremos solo, le enseñaremos, le acompañaremos y le apoyaremos para que lo logre.
-Tratarle de acuerdo a su edad. Es decir, tiene que ser capaz de llevar a cabo las tareas propias de su edad. No debemos caer en el error de retrasar la exigencia.
En muchas ocasiones los padres vemos a nuestros hijos como seres pequeños incapaces de alcanzar una meta. Tenemos que ser conscientes de que, en efecto son pequeños, pero no tontos… y por tanto pueden asumir tareas en el hogar desde muy temprana edad. Destacamos en este punto la grandeza educativa de los “encargos” en casa.
En esta misma línea, tampoco debemos adelantarle nuevas situaciones propias de edades más avanzadas. Es muy importante educar su tiempo libre. Resulta muy llamativo que los padres que más abusan de la sobreprotección son los que dejan incorporarse antes a sus hijos a la “movida”, por no provocarles un aislamiento del grupo o una tara en su socialización, sin valorar los peligros que tiene incorporarse a ese mundo sin una madurez suficiente.
-Ayudarle cuando lo necesite, pero no solucionarle siempre los problemas. Debe aprender por sí mismo a buscar las soluciones o los apoyos necesarios.
En el caso del estudio es muy gráfico. Todos los alumnos, salvo aquellos que tienen algún problema diagnosticado, son capaces de estudiar y realizar sus tareas solos. Si no entienden algo, para eso está el profesor de la asignatura. Nuestra tarea y obligación es poner en manos de nuestros hijos todo lo necesario para que puedan llevar a cabo su labor académica: un buen colegio, un lugar y un horario de estudio en casa. Pero no es necesario ni aconsejable estudiar con ellos.
Esto implica educar en libertad y por tanto aceptar por un lado la posibilidad de que nuestro hijo haga mal uso de esa libertad y, por otro, las consecuencias (suspensos, una repetición de curso…).
-Tiene que haber unos límites claros en casa, no se le debe dar todo lo que pida. Debe aprender que las cosas requieren un esfuerzo para conseguirlas.
Tenemos que ser conscientes de que los niños son insaciables. Cuando ya tienen lo que quieren fijan rápidamente su nuevo objetivo. Ya no les llena el móvil que le hemos comprado, ni el viaje a Venecia, ni el esfuerzo que hemos hecho una tarde por ir a jugar al tenis con él. Todo pierde rápidamente su valor.
-Ser exigentes con las tareas a realizar en el hogar – hacer la cama desde pequeños, tener su cuarto ordenado…-, con el cumplimiento de un horario de estudio, de salidas con los amigos, del uso del ordenador, redes sociales y televisión. En consecuencia, ser exigentes en la educación del orden.
Los hijos no sufren por ser exigidos. Es más, necesitan que sus padres les pongan esos límites que ellos son incapaces de establecer. Lo único que hace sufrir a un hijo es la falta de amor, es decir, no sentirse querido.
-Ante conflictos en el colegio con otros compañeros o con profesores. La primera regla y más importante es no hablar mal de los profesores delante de nuestros hijos. En ese momento estaremos dinamitando el valor de autoridad, tan importante también para su futuro en todos los ámbitos.
-Por último, tener claro que tanto de las “buenas acciones”, como de las “malas”, el verdadero protagonista es él. Él es el responsable de sus acciones. Y ejerciendo esa responsabilidad aprenderá de sus buenas y malas acciones y de las consecuencias de las mismas. Esa lección es necesaria y por mucho que nos cueste no debemos eliminarla.
El peligro de la sobreprotección:
“El sufrimiento es parte de nuestra vida. Al tratar de proteger a los hijos de toda dificultad y experiencia de dolor, corremos el riesgo de educar, a pesar de nuestras buenas intenciones, personas frágiles y poco generosas: la capacidad de amar corresponde, de hecho, a la capacidad de sufrir, y de sufrir juntos”.
Fernando S. Pérez
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