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TENGO EL PODER DE DECIDIR



Ante el glorioso Resplandor del Reino, la culpabilidad se desvanece, y habiéndose transformado en bondad, ya nunca volverá a ser lo que fue».

«Los milagros ocurren naturalmente como expresiones de amor».

Reflejan un cambio en nuestra manera de pensar, un cambio que libera el poder de la mente hacia los procesos de sanación y rectificación.

Esta sanación asume muchas formas. A veces, un milagro es un cambio en las condiciones materiales, como puede ser una curación física. Otras veces es un cambio psicológico o emocional. Y no tanto un cambio en una situación objetiva -aunque con frecuencia también eso ocurra- como en la forma en que nosotros la percibimos. Lo que cambia es, principalmente, la manera como se nos aparece en la mente una experiencia, es decir, la vivencia que tenemos de ella.

El mundo humano, con nuestra absoluta concentración en el comportamiento y en todo lo que acontece fuera de nosotros, es un mundo engañoso. Es un velo que nos separa de un mundo más real, un sueño colectivo. El milagro no consiste en disponer de otra manera las imágenes del sueño. El milagro es despertarnos.

Al pedir milagros, lo que buscamos es un objetivo práctico: un retorno a la paz interior. No pedimos que cambie nada externo a nosotros, sino algo que está en nuestro interior. Vamos en busca de una perspectiva vital más suave, más tierna.


La vieja física newtoniana sostenía que las cosas tienen una realidad objetiva independiente de cómo las percibimos. La física cuántica, y más especialmente el principio de incertidumbre de Heisenberg, nos revela que a medida que nuestra percepción de un objeto cambia, el objeto mismo, literalmente, también cambia. La ciencia de la religión es la ciencia de la conciencia, porque en última instancia toda creación se expresa por mediación de la mente. Así pues, tal como se afirma en Un curso de milagros, nuestra herramienta más eficaz para cambiar el mundo es nuestra capacidad para «cambiar de mentalidad con respecto al mundo.»

Como el pensamiento es el nivel creativo de las cosas, cambiar la mente es la potenciación personal fundamental. Aunque escoger el amor en vez del miedo sea una decisión humana, el cambio radical que ésta produce en todas las dimensiones de nuestra vida es un regalo de Dios. Los milagros son unas "intercesiones en nombre de nuestra santidad", procedentes de un sistema de pensamiento que se encuentra más allá del nuestro. En la presencia del amor, las leyes que rigen el estado normal de las cosas quedan superadas. El pensamiento que ya no tiene ningún límite nos aporta una experiencia que ya no tiene ningún límite.

Nuestra herencia son las leyes que rigen el mundo en que creemos. Si nos consideramos seres de este mundo, entonces nos regirán las leyes que lo rigen: las de la escasez y la muerte. Si nos consideramos hijos de Dios, cuyo verdadero hogar se encuentra en un nivel de conciencia allende este mundo, nos percataremos entonces de que «no nos gobiernan otras leyes que las de Dios».

Nuestra percepción de nosotros mismos determina nuestro comportamiento. Si creemos que somos criaturas pequeñas, limitadas, inadecuadas, tenderemos a comportarnos de esa manera, y la energía que irradiemos reflejará esa creencia, no importa lo que hagamos. Si pensamos que somos criaturas magníficas, con una abundancia infinita de amor y de capacidad de dar, entonces tenderemos a conducirnos de esa manera, y la energía que nos rodee reflejará nuestro estado de conciencia.

"Los milagros, como tales, no se han de dirigir conscientemente." Se producen como efectos involuntarios de una personalidad amorosa, de una fuerza invisible que emana de alguien cuya intención consciente es dar y recibir amor. A medida que nos liberamos de los miedos que bloquean el amor que llevamos dentro, nos convertimos en instrumentos de Dios, en Sus obradores de milagros.

Dios, en cuanto amor, se expande constantemente, floreciendo y creando nuevas pautas para la expresión y el logro del júbilo. Cuando a nuestra mente, centrada en el amor, se le permite que sea un canal abierto por el que Dios se expresa, nuestra vida se convierte en el medio de expresión de ese júbilo. Este es el significado de nuestra vida. Estamos aquí como representaciones físicas de un principio divino. Decir que estamos en la tierra para servir a Dios significa que estamos en la tierra para amar. No fuimos, sin más, arrojados al azar sobre un mar de rocas. Tenemos una misión, que es salvar al mundo mediante el poder del amor. El mundo tiene una desesperada necesidad de sanar, como un pájaro con un ala rota. La gente lo sabe, y los que han rezado son millones.

Dios nos ha oído. Y envió ayuda. Te envió a ti. Convertirse en un obrador de milagros significa tomar parte en un movimiento espiritual clandestino que está revitalizando el mundo, participando en una revolución de sus valores en el nivel más profundo posible. Esto no quiere decir que hayas de anunciárselo a nadie. Un miembro de la resistencia francesa no iba a enfrentarse con un oficial del ejército alemán que había ocupado París para decirle: «Hola, soy Jacques, de la Resistencia francesa». De la misma manera, tú no le cuentas a gente que no tienes la menor idea de lo que estás diciendo que has cambiado, que ahora trabajas para Dios, que Él te ha enviado con una misión de sanador y que el mundo ha de prepararse para grandes cambios. Los obradores de milagros aprenden a guardar silencio. Es importante saber que cuando se habla de la sabiduría espiritual en un momento o lugar inadecuado, o con una persona inadecuada, el que habla más parece un necio que un sabio.

El Curso, cuando habla del plan de Dios para la salvación del mundo, lo llama "el plan de los maestros de Dios". El plan llama a los maestros de Dios a sanar el mundo valiéndose del poder del amor. Esta enseñanza tiene muy poco que ver con la comunicación verbal, y todo que ver con una cualidad de la energía humana. «Enseñar es demostrar.» Un maestro de Dios es cualquiera que opte por serlo. «Los maestros de Dios proceden de todas partes del mundo y de todas las religiones, aunque algunos no pertenecen a ninguna religión. Los maestros de Dios son los que han respondido.» La frase «Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos» significa que "a todos se los llama, pero pocos se preocupan por escuchar". La llamada de Dios es universal, se emite para todas las mentes en todo momento. Sin embargo, no todos optan por atender a la llamada de su propio corazón. Como demasiado bien lo sabemos todos, poco les cuesta a las voces chillonas y frenéticas del mundo exterior sofocar la tímida vocecita interior del amor.

Nuestro trabajo como maestros de Dios, si decidimos aceptarlo, consiste en buscar constantemente, en nuestro interior, una mayor capacidad de amor y de perdón. Hacemos esto mediante una «forma selectiva de recordar», mediante una decisión consciente de recordar únicamente los pensamientos amorosos y de desaferrarnos de cualesquiera pensamientos atemorizantes. Este es el significado del perdón, una importante piedra angular de la filosofía de Un curso de milagros. Como muchos de los términos tradicionales usados en el Curso, también éste se utiliza de una manera nada tradicional.

Tradicionalmente, pensamos que perdonar es algo que debemos hacer cuando creemos que alguien es culpable de algo. En el Curso, sin embargo, se nos enseña que nadie es culpable, que no hay culpa, porque sólo el amor es real. Nuestra función consiste en ver, a través de la falsa idea de la culpa, la inocencia que está más allá. «Perdonar no es otra cosa que recordar únicamente los pensamientos amorosos que diste en el pasado, y aquellos que se te dieron a ti. Todo lo demás debe olvidarse.» Lo que se nos pide es que extendamos nuestra percepción más allá de los errores que nuestras percepciones físicas nos revelan -lo que alguien hizo, lo que alguien dijo-, para captar la santidad en ellos que sólo el corazón nos revela. Entonces, de hecho, no hay nada que perdonar. Lo que tradicionalmente se ha entendido por perdón -lo que en el Canto de la oración se llama «perdón para destruir» es, por lo tanto, un acto de enjuiciamiento. Es la arrogancia de alguien que se ve a sí mismo como mejor que otra persona, o quizá como igualmente pecador, lo que sigue siendo una percepción errónea y una expresión de la arrogancia del ego.

Como todas las mentes están conectadas, que alguien rectifique su percepción es, en algún nivel, una sanación de la mente de la raza humana como tal. La práctica del perdón es la contribución más importante que podemos hacer a la sanación del mundo. De personas enfadadas no se puede esperar que creen un planeta pacífico. A mí me divierte recordar cómo me enojaba cuando la gente no quería firmar mis escritos en petición de la paz.

El perdón es un trabajo de dedicación completa, y a veces muy difícil. No conseguimos perdonar siempre, pero hacer el esfuerzo es nuestra vocación más noble. Es la única probabilidad real que podemos ofrecer al mundo de volver a empezar. Un perdón radical es una liberación completa del pasado, tanto respecto a las relaciones personales como respecto a las tragedias colectivas.


Un Curso de Milagros

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